Dos: raspando el corazón, la penca.

Llegó cuando el momento de partir estaba cerca, entonces lo vio y le dijo que el lugar preciso era unas casas mas arriba, la siguió y encontraron una camioneta con el cofre abierto.
   — ¿La tienes lista o que es lo que le falta?
   — Ya con esto queda'l tiro, la otra vez que se quedó sin frenos tuvimos que saltar.
   No sabía qué le hacía sentir seguridad: su precisión al no derramar el líquido de frenos, la mirada fija con que arrancaba palabras y las lanzaba con gracia delante del caballo que parecía hablar a la vez.
   — ¿Quién iba contigo?
   — Mi hermano, le dije que se preparara por que si no nos arrojábamos seguro íbamos a morir. Mi papá pago catorce mil por descuajar el frente que parecía un acordeón.
   Llevaba ropa vieja, desgastada por el trabajo en la milpa. Sus manos colmadas de anillos parecían cálidas como carbones prendidos en la noche, su pelo oscuro recogido detrás no se alejaba mucho de unos hombros pequeños que daban la sensación de que era una mujer sin edad: no una joven ni alguien mayor, sino alguien que ha vivido y trabajado en el campo abierto donde el viento abraza los contornos de sus muslos y corre por sus montes coronados, alguien que ha conocido la muerte de cerca.
   Sirvió un poco de zacate al caballo que en realidad era una yegua y ya lo esperaba, comió ávidamente las fibras amarillas sin mirar a las personas que callaban mientras sus miradas raspaban los magueyes como si quisieran derramar el aguamiel sobre sus rostros y ser fermentados bajo un encino que va deshojando el silencio tan elocuente. Apenas se dieron cuenta que el momento de partir ya estaba sobre ellos.
—Ik

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