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Mostrando entradas de marzo, 2020

Tres: la muerte de la tarde

La encontró entre los árboles, manchada de sangre. Pensó que tal vez habían maltratado a su vecina con la misma soga. Recordó la tarde que estuvieron pegando carteles con su cara en las calles, también, que cada vez que rompía la cinta con pegamento las manos le sudaban, la realidad parecía alejarse, su mamá y su hermano parecían perderse entre los adoquines rotos; creía poder sentir empatía con los hijos de la desaparecida.    Recogió y observó la riata, esa mancha oscura bien podría ser otro líquido menos sombrío, ¿Aceite tal vez? de cualquier forma sólo fue una herramienta para infligir dolor; ya no estaba cerca el maldito ser que la había utilizado (¿O si? Nunca hubo nadie señalado como culpable de la agresión y ya habían pasado al menos cinco años).    Intentó imaginar el frío que debió sentir al estar afuera entre los árboles en la noche, el rocío condensado en su piel como cuando uno duerme al lado de la fogata y las ganas de ir por más leña son indescriptiblemente resbaladiza

Dos: raspando el corazón, la penca.

Llegó cuando el momento de partir estaba cerca, entonces lo vio y le dijo que el lugar preciso era unas casas mas arriba, la siguió y encontraron una camioneta con el cofre abierto.    — ¿La tienes lista o que es lo que le falta?    — Ya con esto queda'l tiro, la otra vez que se quedó sin frenos tuvimos que saltar.    No sabía qué le hacía sentir seguridad: su precisión al no derramar el líquido de frenos, la mirada fija con que arrancaba palabras y las lanzaba con gracia delante del caballo que parecía hablar a la vez.    — ¿Quién iba contigo?    — Mi hermano, le dije que se preparara por que si no nos arrojábamos seguro íbamos a morir. Mi papá pago catorce mil por descuajar el frente que parecía un acordeón.    Llevaba ropa vieja, desgastada por el trabajo en la milpa. Sus manos colmadas de anillos parecían cálidas como carbones prendidos en la noche, su pelo oscuro recogido detrás no se alejaba mucho de unos hombros pequeños que daban la sensación de que era una mujer sin
Uno: la mañana, larga.    Durante la estancia en el comedor donde a veces desayunaban las compañeras del otro edificio, un alegre olor a pan tostado lleno su estómago, no se detuvo por que ya había comido algo en el camino: fruta simple y sencilla ya que no podía manejar y desayunar algo más complicado. Siempre se interesó por permanecer con vida: después de dar vueltas en la carretera y terminar casi orinado por el miedo y la felicidad de salir entero de aquel aturdimiento matutino.    Por varias semanas había soportado el tiempo perdido dentro del carro, el tiempo que se resbalaba dentro del olvido y la rutina. Supo que duraría algunos años, que la estabilidad que provee el dinero ganado de una forma corriente, sin exponer demasiado la vida, sin tener demasiados remordimientos ni culpa por cuidar el medio ambiente y la salud de las personas. De cualquier forma, el sistema no se desengrana con el esfuerzo del individuo.    Así clamaba la voz de la razón, de la comodidad. Así pudo s